miércoles, 26 de marzo de 2014

Mi Primera vez



Mi primera vez.

Era una mujer alta, delgada, con una gran cabellera negra y rizada, tez blanca y labios rojos. No tenía más de veinticinco años; Sus grandes ojos de gato amenazaban la integridad moral de cada hombre que se topaba con ellos. Era una gitana, una bruja en cuyos encantos caí abruptamente, para nunca jamás volver a levantarme.

La vi por primera vez mientras visitaba unas oficinas de una prestigiosa empresa productora de bebidas espirituosas. Estaba allí por mandato del despacho en donde trabajaba, con el objetivo de entregar información financiera. Era la primera vez que salía de las puertas de mi oficina, la primera vez que visitaba una empresa como externo. Recuerdo que salí temeroso del metro en busca del camión que me dejara en las puertas de las oficinas.

Bajé del camión, y vislumbré cuidadosamente cada una de las fachadas de los edificios, para esperar encontrar una que encajara en la descripción que me dieron en el despacho. Allí fue cuando mi mirada se topó con un par de redondas mejillas, que estaban rebotando apretadas en la fina tela de una pequeña falda color negro que le llegaba a las rodillas. Bajé cuidadosamente la mirada para saborear el contorno perfecto de unas extremidades blancas y firmes como si de marfil se tratara; y terminé el deleite con la figura perfecta de los tobillos,  que luciendo unos elegantes y altos tacones, caminaban con firmeza, clase, y sobre todo destreza en las abruptas banquetas llenas de hoyos y obstáculos.

Mi distracción fue tal que tropecé con uno de las grietas de la banqueta. Apenas alcancé a meter las manos, que quedaron rojas y repletas de piedritas y vidrios que estaban esparcidos en la calle. Llevaba unas carpetas y sobres que salieron volando hasta el paso de los automóviles, donde fueron arrollados varias veces.

Una señora que vendía tortas de tamal me ayudó a levantarme y a recoger los papeles, que ahora carecían de importancia, como cualquier otra cosa en el mundo; ahora que había visto a la creación más perfecta de dios, alejándose poco a poco para perderse en el horizonte.

Estaba casi llorando, y no era gracias a mis manos y rodillas rojas e inflamadas, sino a la impotencia de no poder mancillar a mi reciente amor platónico.

Tenía que alcanzarla, pero soy una persona responsable, con eventos calendarizados que cumplir. Solo me quedaba una cosa. Rezar para que el universo, en su infinito caos, hiciera que me topara con mi destino, mi destino sin nombre. Lo malo es que considerando lo que tenía en mente, estaba seguro de que una deidad positiva no era lo que iba a escuchar mis plegarias...

Caminé hasta las oficinas, en donde me recibieron, no sin antes barrer por completo la imagen en la que me presentaba. Las suelas de mis zapatos estaban despegadas, los pantalones rotos, el saco mojado por sudor, despeinado y con los papeles en desorden.

Entré a las oficinas e hice lo que tenía que hacer. Saludé a uno que otro colega contador, me tomé mi tiempo para ordenar los papeles, deseché lo que ya no servía, y arreglé unos archivos electrónicos para entregárselos a la persona indicada. Por más que tengas tu vida planeada, siempre tienes que saber improvisar, ya que las cosas siempre cambian. Lo peor era que yo esperaba que mis planes fallaran, que esta vez la vida me sorprenda con mi deseo.

Llegó la hora de comer, y mis colegas salieron a un puesto de tacos de guisado. Yo tenía hambre, pero cualquier manjar que coma no iba a saciar la sed de mi alma. Les dije que los alcanzaba más tarde.

Entré a los baños  exclusivos de la empresa a ver mis rodillas y en general hacer un informe de los daños recibidos durante la caída. La sangre se había coagulado haciendo que mi pantalón se pegara a mi piel, y mis manos exhibían hematomas en la parte baja de mis palmas. Curé y cauterice lo que pude, y después salí del baño.

Al salir me encontré con ella.

Estaba saliendo de las oficinas de marketing. Mi reacción al verla fue tal, que ella no pudo evitar voltear a verme. Me miró a los ojos.

Fue en ese momento que me hipnotizó, como si ella fuera una flauta y yo una serpiente buscando danzar con la melodía dórica. Tenía que pensar. Tenía que dejar de verla, ya que si lo seguía haciendo, comenzaría a fantasear, y con ella no podía quedarse en una simple fantasía, mi cuerpo tenía que vivir esa experiencia con ella, pero no quería ahuyentarla con mi obsesión sicótica.

Pero parece que alguien allí afuera había escuchado mis plegarias. La mujer cuyo nombre aún no sabía comenzó a caminar hacia mí. Un escalofrío invadió mi cuerpo, un tic se apoderaba de mi pierna izquierda, como si de un perro invadido por el placer de un masaje se tratara. Ella notó mi evidente nerviosismo y simplemente paso a mi lado, para entrar al baño de mujeres. Pude percibir su olor por la brisa que movió su abundante cabello.

Escuché la puerta cerrar.

El destino había puesto todas las piezas a mi favor, y yo la había desaprovechado. Aún no estaba terminado. Cuando saliera del baño la iba a detener para hablar con ella; pero ¿Qué iba a decirle?

Espere ocho largos minutos parado afuera de la puerta del baño de mujeres, y no salía. Hay veces que el tiempo es un enemigo, porque debilita la voluntad al tomar decisiones.

En ese momento decidí parar el tiempo y convertirme en un hombre, para la mujer dentro de ese baño. No tenía nada que perder, todos estaban afuera comiendo; en edificio era de nosotros dos.

Pasaron dos minutos y decidí entrar. Ella estaba viéndome a través del largo espejo del baño. Caminé hacia ella, y ella me miraba temerosa pero fiera. Estábamos dejándonos llevar por los papeles que en los cuales la vida nos había puesto en ese momento.

Nos besamos.

Con mis brazos me amarré de su cintura, y la acerqué a mi cuerpo. El satín de su falda rozaba conmigo de forma placentera.

Comencé a besar su cuello. Ella jalaba mi cabello de forma tierna y apasionada, se aferraba a mis hombros y a mi espalda.

Dejándome llevar por mi instinto la cargué, y la azoté contra la pared, protegiendo con mis manos su cabeza. Ella se dejó cargar. Sentía sus tacones en mis nalgas.

Poco a poco nos fuimos dirigiendo hacia un cubículo del baño. Una vez dentro destrocé su saco. Se escucharon los tres botones caer al piso frío. Su blusa blanca y húmeda estaba entre abierta. El hedor era exquisito. Fui desabrochando poco a poco su blusa, mientras hundía mi nariz en el par de senos más glorioso con el que me haya topado en mi corta vida. Trataba de ser delicado, pero el chimpancé dentro de mí no me lo permitía. Sus pezones me transmitían electricidad pura. Ella estaba híper ventilando, emitiendo sollozos ahogados, yo no podía escuchar mi respiración, estaba deleitándome con el hedor de un caluroso y bochornoso día de trabajo; no podía esperar a bajar a sus pies.

Sin embargo no contábamos con tiempo para extender el momento de placer y degustación, por lo que tuvimos que ceder a los impulsos de nuestros cuerpos.

Ella me quitó la camisa, y desabrochó mi pantalón, se asomaba una protuberancia de hierro, a punto de explorar. Ni ella ni yo podíamos esperar más. El coito comenzó.

Comencé a bombear y ella a bailar a mi ritmo, al ritmo de “This is love” de “Whitesnake” o de cualquier canción romántica ochentena. Si, puedo recordar estar tarareando en mi mente esa canción.

Sentía sus pies desnudos en mis pantorrillas, y su vientre chocar con el mío. Ella rasguñaba mis nalgas y mi espalda baja, dejando marcas al rojo vivo, y pellejos de piel por doquier, No existe otra palabra más que electrizante. Cada moviendo producía una recarga de electricidad en ambos. Yo la tocaba con mis manos rugosas por la caída, y ella se derretía en descargas eléctricas, yo la sentía, húmeda, palpitante, “succionante”. Podía sentir su calor, como si se tratara de champaña vertida en el mismísimo Santo Grial.

Pronto el ritmo comenzó a aumentar. Podía escuchar el tilinteo de las piezas de cerámica de la taza en donde estábamos postrados. Perdía el control del suelo, y escuchaba el rechinar de las suelas rotas de mis zapatos con el resbaloso piso del baño. Mis brazos estaban a punto de rendirse, entumidos por ser el único soporte a toda la magia que estaba ocurriendo. Yo solo quería estar cada vez más dentro de ella. Allí sentí una especie de roncha, o pliegue, que rozaba con la parte superior de mi glande. Me aferré de ella, y comencé a bombear al ritmo de la batería de Dave Lombardo como un ángel de la muerte.

Sentía su palpitar, su calor y humedad. Ella temblaba como si de escalofríos se trataran. Ambos escupíamos nuestro aliento a nuestras caras, ella seguía con su mirada fiera, pero ahora sin temor. Me iba guiando con cada pulsación de su cuerpo al final de esta canción, a lo más alto de la escalera al orgasmo. Y entonces explotamos.
Ella me apretó y me aferró a su cuerpo, sentí los músculos de sus piernas tensarse, sus huesos se aferraron a mi cintura. Yo aunque carecía de espacio, no podía dejar de bombear, y de escupir fluidos, caldo que forja la vida.

El orgasmo se extendió más de lo debido. Ella me succionaba, me secaba, y yo sentía mi abdomen y entrepierna mojados por  los fluidos de ambos. El segundo orgasmo me derrotó, caí sobre de ella, mientras mi cuerpo temblaba por la implosión; ella seguía en trance transmitiéndome descargas, pero yo ya no respondía, yo besaba su cuello y su lengua, estaba cansado y fatigado. Ella seguía frotando sus piernas con mis nalgas, y continuaba masajeándome la espalda. Pronto se fue calmando, y comenzamos a besarnos.

No sabíamos cuando había durado aquello, pero el miedo y la incertidumbre nos trajo al mundo real nuevamente.

Esa cucharada de realidad me hizo darme cuenta que una mujer como ella jamás podría ser solamente mía, seguramente tenía a un hombre que la esperaba allá afuera, un hombre que quizá monetariamente le puede dar la vida que yo no podría. Ese momento incómodo en el que una parte no quiere engancharse, no quiere depender de alguien, o que dependan de uno.

Yo había encontrado a la mujer de mi vida; ella… no puedo leer su mente. Pero quizá en otro tiempo y en otras circunstancias pueda ser el hombre que ella necesita. Esa es la lección que aprendí. Los dioses no me pusieron la mano ganadora, solo me mostraron las cartas que me faltaban, lo que tenía que poner yo.

En fin, así fue la primera vez que representé a mi despacho en una empresa exterior.

Eisenheim68

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