Cuando te gustaba el cine. Tendrías
ocho o nueve años de edad, y cada película a la que te llevaban tus padres te
impresionaba, y jugabas a ser aquellos atractivos protagonistas, que pareciera
no tienen miedo a morir, a dar su vida o su muerte para salvar el mundo.
Recuerda cuando te impresionó la noticia de que aquel libro que leíste en la
infancia iba a ser llevado a la pantalla grande. Fue impresionante. Recuerda
como empatizaste con el director Peter Jackson. De fan a fan. Simplemente
separados por una pantalla. Como cada escena, cada personaje, cada momento,
cada lágrima; las compartiste con muchos otros fans claro, pero sabias en tu
interior que aquel el cual iba a ser el primer director de cine del que tuviste conciencia, había sentido lo mismo al leer el libro. Y que ahora en su
profesión, pudo exteriorizar y transmitir a cierto público todos los
sentimientos. ¡Ohh! El magnifico trabajo con la escena en la cual Gandalf cae
ante la Falla
de Durin, o el épico momento en el cual Elrond bautiza a un grupo de infames
bestias como “La comunidad del anillo”, y como a lo largo de tres películas esas
infames bestias se van convirtiendo en los héroes más respetables (ficticios)
que jamás hayas podido admirar. Enanos, hombres y elfos (y Hobbits claro),
trabajando juntos para destruir algo que desean tener, pero que saben que los
dañará.
...
...
Cuando algo que lees, escuchas o
ves te gusta mucho, o simplemente te causa mucha impresión, sientes la
compulsiva necesidad de compartir eso con los demás. Nadie me hacia caso cuando
les recomendaba a toda costa leer El Hobbit, o El Señor de los Anillos; pero
cuando salio la película, parte de mi satisfacción vino cuando todos aquellos
conocidos que aun no habían leído el libro o que quizá ni siquiera sabían de
su existencia, probaran un poco de aquellas cosas que yo viví.
Pues los recuerdos son algo así.
Platicas de tus años dorados,
porque fue una etapa de tu vida que quieres compartir con los demás. De ninguna
manera quisieras hablar de tu yo actual. Digo, a pesar de que son lo mismo, y
simplemente es cuestión de tu percepción de la vida.
Es hora de aprender de esos
cambios, y estás a “tiempo” de presenciar uno de ellos en vivo. Uno de esos
cambios que marcan un hoy, que será un ayer dorado, pero que da pauta a un
nublado mañana; no necesariamente malo, pero incierto, en el cual seguramente
estaré hablando de ahora mismo.
Es tiempo de poder tomar una
fotografía al hoy, a este momento. Pero aprovechar la lucidez, y tomar todos
los detalles, los buenos y los malos. Y con el fuego del Fénix quemar todo lo
perjudicial. Pero conservar toda la ceniza, y bañarme con ella todas las
noches, para que cuando este hablando de ahora mismo, sea con nostalgia, pero
sin tristeza ni remordimientos.
El transcurso del cambio, el
“flashazo”, ¡por supuesto que va a doler! La transformación de la carne en
ceniza tiene que ser dolorosa. Y no pienso evitar el dolor.
El dolor te cambia, hace que
evoluciones, que seas mejor. Sin dolor no habría cambio, porque el cambio
siempre es para bien. Aquel que diga que el cambio es para mal, es aquel que no
ha cambiado en nada. Es aquel que se ha quedado dormido en su jardín, jardín al
cual le empezaron a crecer espinas venenosas. ¿La captaste?
Mmm, definitivamente va a doler,
y quizá el dolor me deje una cicatriz toda mi vida, como la que cargó Frodo,
cuando fue herido con la daga de Minas Morgul. Toda su vida tuvo que cargar con
esa cicatriz, que le punzaba cada vez que estaba cerca del mal que la causo.
Pero ¿Qué no todos cargamos con
esos dolores?
Dolores de una mujer cuando dio a
luz. Cicatrices en el corazón, que nunca llegan a sanar. La vida misma deja
cicatrices, heridas en forma de arrugas, uñas encarnadas.
El conocimiento es una cicatriz
en la mente de las personas, pero no tiene nada de malo. Al contrario, es la
maravilla misma.
Eisenheim68
“… Tu solo puedes decidir que hacer con el tiempo que se te ha dado.
Hay otras fuerzas actuando en el mundo además del mal...” Olórin, Mithrandir, o
mejor conocido como Gandalf el Gris
“… Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de
necesidad, es como un esclavo encadenado…” Aragon, hijo de Arathorn II