viernes, 31 de enero de 2014

Chromatic Lobotomii I: Infinito

Chromatic Lobotomii I: Infinito

Y de nuevo me encuentro sentado frente a una máquina, una maquina de guerra, un artefacto sangriento. Algo que no me puedo comer, algo que nadie ni nada puede procesar. Oh sí. Hay cosas que nadie nos enseña, hay cosas con las cuales nacemos, ¿será la lógica?, ¿el sentido común? Yo creo que tiene que ver con el sentido. Nadie nos enseña a ver (aprendemos a mirar), nadie nos enseña a oír (aprendemos a escuchar), nadie nos enseña a respirar, nadie nos enseña a morir (aprendemos a destruir).

Cada vez que echo una mirada al exterior, me encuentro con que mucha gente está inconforme. A nadie le gusta ser pobre; a nadie le gusta ser subordinado de alguien más; a nadie le gusta quedarse con las ganas de saciar su naturaleza animal. ¿Cómo llegamos a esto?

A mi se me hacía muy fácil criticar a la gente inconforme. La justificación perfecta era que su mediocridad los llevaba a no poder realizar sus deseos. Si, el mundo está lleno de gente mediocre, de borregos. Wilfrido Pareto me ayudará a resumirlo todo: el 80 por ciento de la población existe como sostén del otro 20 por ciento; y estos últimos son los que mueven al mundo, los que deciden. De la misma manera está repartida la riqueza. Pero, ¿Qué reglas seguimos?, ¿Quién decide?

Desde pequeño, en mi casa me inculcaron una combinación de valores, que pienso son alternativos. Por un lado, las enseñanzas católicas, valores bíblicos; y por el otro, aptitudes de supervivencia, valores empresariales.

Un día le dije a mi madre que yo quería ser arquitecto, sin embargo, apenas sabía dibujar; mis trazos eran garabatos prehistóricos, frente a las obras maestras de ciertos compañeros de clases. A mi me gustaba dibujar una versión propia de las aventuras de un clásico de los videojuegos; de Crash Bandicoot. Lo dibujaba peleando contra los enemigos típicos del videojuego, y a veces dejaba volar mi imaginación para que se enfrentara a otros enemigos extraterrestres, demonios antiguos o dioses Aztecas depravados. Era perfecto, hasta que llegaba otro compañero más talentoso que yo a presumir sus obras maestras.

A diferencia de mi, él había creado la totalidad de sus personajes. Todos con nombre y apellidos, además de dibujar con gran detalle los paisajes en los que se desenvolvían. En la clase de dibujo yo era el segundo lugar. Y si hubiera decidido ser arquitecto, seguramente de entre todas las personas del planeta, habría uno arriba de mí.

Mi madre me dijo esa noche que el Espíritu Santo nos daba dones, y que todos los humanos, como somos hijos a imagen y semejanza de Dios, éramos capaces de realizar las mismas cosas. En pocas palabras yo era capaz de ser lo que yo quiera, tenia las herramientas para ello.

Sin embargo, siempre me encontraba con contradicciones.

En mi casa me enseñaron a no juzgar el bien y el mal de las personas, esa tarea estaba reservada para Dios al final de los tiempos. En la escuela no me dejaban hacer amistad con algunos compañeros por su mala influencia.

Un compañero del trabajo me sigue mucho, ¿qué podría interesarle de mí?, ¿qué tenía yo que ofrecerle a este tipo?

Con el tiempo descubrí que era una especie de ídolo para él. Se necesita mucha vanidad para afirmar algo así hoy en día; sin embargo puedo asegurar que es verdad.

Un día este tipo me dio la pauta para sacar mi conclusión. Platicando me dijo que su sueño era ser luchador profesional, y que si tuviera mi estatura lo hubiera logrado. Al parecer el era hijo de un dios de 1.70 y yo de uno de dos metros.

¿Que acaso no deberíamos tener los mismos dones, el la capacidad completa de lograr su sueño de ser luchador, y yo en su momento la capacidad para ser un arquitecto?

Existen muchos factores, una serie de probabilidades infinitas pero limitadas, que definen nuestro ser. A la mierda el Espíritu Santo y los dones de Dios, lo que nos define es el Caos.

Existía la probabilidad de haber nacido en un país como Corea o China, en donde no podría dar rienda a mi libertad. Mi amigo del trabajo pudo haber nacido un poco más alto, de no ser por milésimas de milésimas de segundo en la configuración de sus caracteres, haber agarrado el gen necesario para ser un poco más alto; de algún antepasado suyo.

La vida es azar, es caos para el 80 por ciento; y es destino, oportunidades para el otro 20 por ciento. Sin embargo nada es seguro.

Hoy la vida es como un juego de Turista. Si alguna vez te haz dado la oportunidad de jugarlo, tendrás que reconocer que es puramente revelador.

El que ganes o pierdas depende de dos dados que caerán dentro una infinita, pero limitada serie de probabilidades. Infinita por el universo, y limitada por dos dados; limitada por ti.

Es triste cuando pierdes. Peor cuando pierdes el juego de la vida.

Por un lado estas tú, limitado. Por otro lado, está todo lo demás, infinito.

El infinito es una fuerza, como el agua que corre por el cauce de un río, parece ser que tiene una dirección. Si tu objetivo va con la dirección el río, no habrá problemas. El único problema con lo anterior, es que el objetivo de todo es morir, y nadie quiere eso. Siempre vamos contra el río, hacia el comienzo, utilizando todas nuestras fuerzas. Todas las posibles.

¿Cómo llegamos a ser lo que somos hoy?

Le haré una pregunta que alguna vez un maestro (sin exagerar sus credenciales), en la escuela nos aplicó a mí y a mis compañeros.

¿Qué se necesita para tener un negocio?

a)      Un producto
b)      Capital
c)      Clientes
d)      Sistemas adecuados que permitan una competencia libre y justa, así como facilidades a la hora de ingresar a los mercados.

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La respuesta es la letra c, por supuesto.

Un negocio triunfa si tiene demanda. Y ¿cuál es la demanda más grande de la humanidad?

Regresemos a la metáfora del río y a la situación mía y de mi compañero del trabajo. Un cause de un río furioso nos impidió llegar a nuestras metas. No fue culpa del rió, ya que este depende del azar, del caos, para cambiar. Pudo haber sido que de pronto se haya puesto de moda que los luchadores midieran a lo mucho un metro con sesenta y cinco centímetros. Mi amigo hubiera aprovechado esa oportunidad, ese tiro de dados para hacer realidad su sueño. Mi compañero de primero de primaria, quizá en un accidente hubiera perdido sus manos.

Sin embargo no fue así. El río siempre corrió con la misma fuerza. Solo pudimos haber cambiado nosotros. De algún lugar haber tomado la fuerza necesaria para encarar al río. He allí la demanda. Todos necesitamos fuerza para enfrentar a todo lo demás. A cualquier costo para evitar la entropía natural del carbón.

Lo anterior es la justificación de la supervivencia, la competencia. Lo anterior es la justificación de la guerra.


Continuará…

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