Chromatic Lobotomii I: Infinito
Y de nuevo me encuentro sentado frente a una
máquina, una maquina de guerra, un artefacto sangriento. Algo que no me puedo
comer, algo que nadie ni nada puede procesar. Oh sí. Hay cosas que nadie nos
enseña, hay cosas con las cuales nacemos, ¿será la lógica?, ¿el sentido común?
Yo creo que tiene que ver con el sentido. Nadie nos enseña a ver (aprendemos a
mirar), nadie nos enseña a oír (aprendemos a escuchar), nadie nos enseña a
respirar, nadie nos enseña a morir (aprendemos a destruir).
Cada vez que echo una mirada al exterior, me
encuentro con que mucha gente está inconforme. A nadie le gusta ser pobre; a
nadie le gusta ser subordinado de alguien más; a nadie le gusta quedarse con
las ganas de saciar su naturaleza animal. ¿Cómo llegamos a esto?
A mi se me hacía muy fácil criticar a la gente
inconforme. La justificación perfecta era que su mediocridad los llevaba a no
poder realizar sus deseos. Si, el mundo está lleno de gente mediocre, de
borregos. Wilfrido Pareto me ayudará a resumirlo todo: el 80 por ciento de la
población existe como sostén del otro 20 por ciento; y estos últimos son los
que mueven al mundo, los que deciden. De la misma manera está repartida la
riqueza. Pero, ¿Qué reglas seguimos?, ¿Quién decide?
Desde pequeño, en mi casa me inculcaron una
combinación de valores, que pienso son alternativos. Por un lado, las
enseñanzas católicas, valores bíblicos; y por el otro, aptitudes de
supervivencia, valores empresariales.
Un día le dije a mi madre que yo quería ser
arquitecto, sin embargo, apenas sabía dibujar; mis trazos eran garabatos
prehistóricos, frente a las obras maestras de ciertos compañeros de clases. A
mi me gustaba dibujar una versión propia de las aventuras de un clásico de los
videojuegos; de Crash Bandicoot. Lo dibujaba peleando contra los enemigos
típicos del videojuego, y a veces dejaba volar mi imaginación para que se
enfrentara a otros enemigos extraterrestres, demonios antiguos o dioses Aztecas
depravados. Era perfecto, hasta que llegaba otro compañero más talentoso que yo
a presumir sus obras maestras.
A diferencia de mi, él había creado la
totalidad de sus personajes. Todos con nombre y apellidos, además de dibujar
con gran detalle los paisajes en los que se desenvolvían. En la clase de dibujo
yo era el segundo lugar. Y si hubiera decidido ser arquitecto, seguramente de
entre todas las personas del planeta, habría uno arriba de mí.
Mi madre me dijo esa noche que el Espíritu Santo
nos daba dones, y que todos los humanos, como somos hijos a imagen y semejanza
de Dios, éramos capaces de realizar las mismas cosas. En pocas palabras yo era
capaz de ser lo que yo quiera, tenia las herramientas para ello.
Sin embargo, siempre me encontraba con
contradicciones.
En mi casa me enseñaron a no juzgar el bien y
el mal de las personas, esa tarea estaba reservada para Dios al final de los
tiempos. En la escuela no me dejaban hacer amistad con algunos compañeros por
su mala influencia.
Un compañero del trabajo me sigue mucho, ¿qué
podría interesarle de mí?, ¿qué tenía yo que ofrecerle a este tipo?
Con el tiempo descubrí que era una especie de
ídolo para él. Se necesita mucha vanidad para afirmar algo así hoy en día; sin
embargo puedo asegurar que es verdad.
Un día este tipo me dio la pauta para sacar mi
conclusión. Platicando me dijo que su sueño era ser luchador profesional, y que
si tuviera mi estatura lo hubiera logrado. Al parecer el era hijo de un dios de
1.70 y yo de uno de dos metros.
¿Que acaso no deberíamos tener los mismos
dones, el la capacidad completa de lograr su sueño de ser luchador, y yo en su
momento la capacidad para ser un arquitecto?
Existen muchos factores, una serie de
probabilidades infinitas pero limitadas, que definen nuestro ser. A la mierda
el Espíritu Santo y los dones de Dios, lo que nos define es el Caos.
Existía la probabilidad de haber nacido en un
país como Corea o China, en donde no podría dar rienda a mi libertad. Mi amigo
del trabajo pudo haber nacido un poco más alto, de no ser por milésimas de
milésimas de segundo en la configuración de sus caracteres, haber agarrado el gen
necesario para ser un poco más alto; de algún antepasado suyo.
La vida es azar, es caos para el 80 por ciento;
y es destino, oportunidades para el otro 20 por ciento. Sin embargo nada es
seguro.
Hoy la vida es como un juego de Turista. Si
alguna vez te haz dado la oportunidad de jugarlo, tendrás que reconocer que es
puramente revelador.
El que ganes o pierdas depende de dos dados que
caerán dentro una infinita, pero limitada serie de probabilidades. Infinita por
el universo, y limitada por dos dados; limitada por ti.
Es triste cuando pierdes. Peor cuando pierdes
el juego de la vida.
Por un lado estas tú, limitado. Por otro lado,
está todo lo demás, infinito.
El infinito es una fuerza, como el agua que
corre por el cauce de un río, parece ser que tiene una dirección. Si tu
objetivo va con la dirección el río, no habrá problemas. El único problema con
lo anterior, es que el objetivo de todo es morir, y nadie quiere eso. Siempre
vamos contra el río, hacia el comienzo, utilizando todas nuestras fuerzas.
Todas las posibles.
¿Cómo llegamos a ser lo que somos hoy?
Le haré una pregunta que alguna vez un maestro
(sin exagerar sus credenciales), en la escuela nos aplicó a mí y a mis
compañeros.
¿Qué se necesita para tener un negocio?
a) Un producto
b) Capital
c) Clientes
d) Sistemas adecuados que permitan una
competencia libre y justa, así como facilidades a la hora de ingresar a los
mercados.
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La respuesta es la letra c, por supuesto.
Un negocio triunfa si tiene demanda. Y ¿cuál es
la demanda más grande de la humanidad?
Regresemos a la metáfora del río y a la
situación mía y de mi compañero del trabajo. Un cause de un río furioso nos
impidió llegar a nuestras metas. No fue culpa del rió, ya que este depende del
azar, del caos, para cambiar. Pudo haber sido que de pronto se haya puesto de
moda que los luchadores midieran a lo mucho un metro con sesenta y cinco
centímetros. Mi amigo hubiera aprovechado esa oportunidad, ese tiro de dados
para hacer realidad su sueño. Mi compañero de primero de primaria, quizá en un
accidente hubiera perdido sus manos.
Sin embargo no fue así. El río siempre corrió
con la misma fuerza. Solo pudimos haber cambiado nosotros. De algún lugar haber
tomado la fuerza necesaria para encarar al río. He allí la demanda. Todos
necesitamos fuerza para enfrentar a todo lo demás. A cualquier costo para evitar
la entropía natural del carbón.
Lo anterior es la justificación de la
supervivencia, la competencia. Lo anterior es la justificación de la guerra.
Continuará…
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